“Dentro de la bola de nieve del escritorio de mi padre había un pingüino con una bufanda a rayas rojas y blancas. Cuando yo era pequeña, mi padre me sentaba en sus rodillas y cogía la bola de nieve. La ponía al revés, dejaba que la nieve se amontonara en la parte superior y le daba rápidamente la vuelta. Los dos contemplábamos cómo caía la nieve poco a poco alrededor del pingüino. El pingüino estaba solo allí dentro, pensaba yo, y eso me preocupaba. Cuando se lo comenté a mi padre, dijo: «No te preocupes, Susie; tiene una vida agradable. Está atrapado en un mundo perfecto».”
2
“Traté de consolarme pensando en Holiday, nuestro perro. Le echaba de menos como no me había permitido echar de menos a mi madre ni a mi padre ni a mis hermanos. Esa forma de echar de menos habría equivalido a aceptar que nunca iba a volver a estar con ellos; tal vez suene estúpido, pero yo no lo creía, me resistía a creerlo.”
3
“—Ella está en el cielo, si crees en estas cosas.
—¿Tú no?
—No, creo que no.
—Yo sí —dijo Ruth—. No me refiero a todas esas chorradas de ángeles con alas cantando lalalá, pero sí creo que hay un cielo.
—¿Es feliz?
—Es el cielo, ¿no?
—Pero ¿qué significa eso?
El té se había quedado helado y ya había sonado la primera campana. Ruth sonrió hacia su taza.
—Bueno, como diría mi padre, significa que está fuera de este agujero de mierda.”
4
“Ray Singh no asistió. Me dijo adiós a su manera: mirando mi foto —el retrato de estudio— que yo le había dado ese otoño.
Escudriñó los ojos de esa foto y vio a través de ellos el fondo de ante veteado delante del cual había tenido que sentarse cada niño bajo un brillante foco. ¿Qué significaba estar muerto?, se preguntaba. Significaba extraviado, significaba paralizado, significaba desaparecido. Sabía que nadie era realmente como salía en las fotos. Sabía que a él no se le veía tan furioso ni tan asustado como cuando estaba solo. Mientras miraba fijamente mi foto llegó a darse cuenta de algo: que no era yo. Yo estaba en el aire que flotaba a su alrededor, estaba en las frías mañanas que pasaba ahora con Ruth, estaba en el silencioso tiempo que pasaba solo estudiando. Yo era la niña que él había elegido besar. Quería ponerme en libertad de alguna manera. No quería ni quemar mi foto ni tirarla, pero tampoco quería mirarme más. Lo vi guardar la fotografía en uno de los enormes volúmenes de poesía india en los que él y su madre prensaban flores frágiles que poco a poco quedaban reducidas a polvo.”
5
“Y mientras Flora daba vueltas vinieron otras niñas y mujeres por el campo, de todas partes. Vaciamos las unas en las otras nuestro dolor como agua de una taza a otra, y cada vez que yo contaba mi historia, perdía una gotita de dolor. Fue ese día cuando me di cuenta de que quería contar la historia de mi familia. Porque el horror de la Tierra es real y cotidiano. Es como una flor o como el sol; no puede contenerse.”
6
“Extendía en mi mente esas fotos que había reunido observando sin parar, y veía cómo un solo incidente, mi muerte, relacionaba todas esas imágenes con un único origen. Nadie podía haber previsto cómo mi muerte iba a cambiar pequeños instantes en la Tierra. Pero yo me aferraba a esos instantes, los atesoraba.
Ninguno se perdería mientras yo estuviese allí, observando.”
7
“En una de mis veladas musicales, mientras Holly tocaba el saxo y la señora Bethel Utemeyer se unía a ella, lo vi: vi a Holiday pasar corriendo junto a un samoyedo peludo y blanco. Había vivido hasta una edad avanzada en la Tierra y dormido a los pies de mi padre después de que se marchara mi madre, sin querer perderlo de vista. Había estado con Buckley mientras éste construía su fuerte y era el único que había tenido permiso para estar en el porche cuando Lindsey y Samuel se habían besado. Y en los últimos años de su vida, todos los domingos por la mañana la abuela Lynn le había hecho una crepé de mantequilla de cacahuete que dejaba plana en el suelo, sin cansarse nunca de ver cómo intentaba levantarla con el hocico.
Yo esperé a que me olfateara, impaciente por saber si aquí, al otro lado, seguía siendo la niña pequeña con la que él había dormido. No tuve que esperar mucho; se alegró tanto de verme que me tiró al suelo.”
8
“—Te quiero, Susie —dijo ella.
Yo le había oído decir esas palabras tantas veces a mi padre que en ese momento me sorprendieron; llevaba tiempo esperando, sin saberlo, oírselas decir a mi madre. Ella había necesitado tiempo para comprender que ese amor no iba a destruirla, y yo, ahora me daba cuenta, le había dado ese tiempo, podía dárselo porque me sobraba. Se fijó en una fotografía con marco dorado que había encima de mi antigua cómoda. Era la primera foto que yo le había hecho, el retrato secreto de Abigail antes de que su familia despertara y ella se aplicara su barra de labios.
Susie Salmón, fotógrafa de la naturaleza, había captado a una mujer mirando al otro lado de su brumoso jardín de barrio residencial.”
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