“Pero claro, era normal que las cosas fueran raras cuando se trataba de magos, pensó Sophie.
Y aquella cocina o taller era muy tranquila y de lo más acogedora. Sophie cayó dormida y se puso a roncar. No se despertó cuando se produjo un relámpago y una explosión apagada en la mesa de trabajo, seguida de una palabrota de Michael a medio pronunciar. Tampoco se despertó cuando
Michael, chupándose los dedos quemados, abandonó el conjuro por aquella noche y sacó pan y queso del armario. Siguió dormida cuando Michael tiró al suelo el bastón sin querer, armando un gran alboroto, al estirarse por encima de ella para alcanzar un tronco que echarle al fuego, o cuando, al ver la boca abierta de Sophie, le comentó a la chimenea:
—Tiene todos los dientes. No será la bruja del Páramo, ¿no?
—No la habría dejado entrar si lo fuera —contestó la chimenea.
Michael se encogió de hombros y recogió educadamente el bastón de Sophie. Luego puso otro tronco en el fuego con la misma educación y se marchó a acostarse en el piso de arriba.”
2
“—¡Hecho! —gritó el demonio, elevando su larga cara y satisfecha hacia la chimenea—.
¡Romperé tu hechizo en el mismo momento en que rompas mi contrato!
—Entonces dime cómo romper tu contrato —dijo Sophie.
Los ojos anaranjados la miraron y luego se apartaron.
—No puedo. Una parte del contrato es que ni el mago ni yo podemos revelar cuál es la cláusula principal.
Sophie comprendió que la habían engañado. Abrió la boca para decirle al demonio que en ese caso podía quedarse en el hogar hasta el día del juicio final.”
3
“Howl no regresó hasta tarde aquella noche. Para entonces Sophie había barrido y fregado tanto que apenas se podía mover. Estaba sentada hecha un ovillo en la silla, con dolores por todo el cuerpo. Michael agarró a Howl por una manga y se lo llevó al cuarto de baño, donde Sophie lo oyó quejarse con murmullos indignados. Frases como «una vieja terrible» y «¡no hace ni caso!» eran fáciles de distinguir, incluso con los gritos de Calcifer, que aullaba:
—¡Howl, detenla! ¡Nos va a matar a los dos! Pero lo único que dijo Howl, cuando Michael le soltó, fue:
—¿Has matado alguna araña?
—¡Claro que no! —saltó Sophie. Sus achaques la habían vuelto irritable—. Con solo mirarme salen corriendo. ¿Qué son? ¿Las chicas a las que les has comido el corazón?
Howl se echó a reír.
—No, son arañas normales y corrientes —contestó, y subió con expresión soñadora al piso de arriba.”
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