Cualquier persona se sentiría destrozada si su casa quedara parcialmente destruida por un huracán. Este fue el caso de Karen, hasta que su madre le dijo que se mudarían a una pequeña casita en el medio del bosque a dos horas de distancia de cualquier tipo de civilización. De cierta manera se sentía culpable por estar feliz por algo malo que les había ocurrido, pero gracias al trabajo de su madre ambas estaban bien de dinero. Por eso su madre había tomado la decisión de rentar aquel lugar, para que su hija cumpliera su sueño de vivir en el medio de la nada. Todo esto era solo por el tiempo que tardaran en reparar completamente su casa.
Su nuevo hogar era una casita como salida de un cuento de hadas, enormes árboles la rodeaban por todas direcciones y las ramas de estos se cernían sobre la estructura como tratando de abrazarla, la casa era de dos plantas, hecha de madera y cuando había una fuerte brisa, se podía oír el rozar de las ramas contra las paredes y lo mejor de todo era que la luz del sol se filtraba entre las ramas de los arboles, lo que hacía que el interior fuera fresco, sin necesidad de usar calefacción o aire acondicionado.
A Karen le fascinaba tirarse sobre la hierba y oír los sonidos de la naturaleza, el traquetear de la madera, el susurrar del viento, el cantar de los pajarillos y el caer de las hojas, aquellos sonidos eran tan relajantes, que podía permanecer así por horas; nada que ver con su hogar en la ciudad, donde todo estaba pavimentado y no habían arboles para admirar.
Ellie, su madre, no pasaba mucho tiempo en casa, ya que tenía que levantarse muy temprano para poder conducir las dos horas que se tardaba en llegar a su trabajo, entonces para compensar la ausencia en la vida de su hija, le compró una cámara digital. Karen antes había tenido una cámara profesional, pero esta se la había llevado su padre cuando decidió abandonarlas. Esta no era como aquella cámara, pero esto no la desanimó en lo más mínimo. Así que empezó a tomarle fotos a la casita desde todos los ángulos posibles, cuando terminó, se adentró un poco más en el bosque, quedó impresionada al ver los enormes árboles que se habían desplegado y crecido en toda su gloria, ya que ningún humano se había osado en cortar sus gruesas ramas cubiertas de tantas hojas, que solo permitían pasar un poco de luz solar; además las raíces de los árboles eran tan grandes y gruesas que emergían como dedos enormes de la tierra. Karen le tomaba foto a cada árbol, a cada piedra, a cada raíz de árbol e incluso a un hermoso arrollo que cruzaba entre los árboles, aquella foto, era tan preciosa que siempre la recordaría como la imagen perfecta del paraíso.
Karen caminó mucho más profundo en el bosque, en línea recta para luego poder volver a casa. La cámara digital estaba a punto de quedarse sin baterías, así que Karen se disponía a deshacer su camino para volver a la casita, hasta que divisó a unos cincuenta metros de distancia un hermoso claro, donde la luz solar brillaba plenamente sin la intromisión de ningún árbol. Decidió echarle un vistazo. Así que caminó entre las rocas y ramas caídas. Cuando llegó levantó la vista, la luz del sol iluminaba las ramas de los árboles que se mantenían al margen del claro, formando un perfecto círculo donde no crecía nada, la tierra era llana, sin rocas, sin maleza, sin pasto, sin flores, sin nada, solo tierra húmeda. Un escalofrío le recorrió la espalda a Karen cuando divisó algo negro en todo el centro del claro. Se acercó lentamente y vio unas pequeñas rocas que formaban un enorme círculo, dentro del cual había unas largas figuras largas y blancas color... hueso. Karen prendió de nuevo la cámara y le tomó una foto a aquel círculo. Esos no podían ser huesos, se repitió una y otra vez en su cabeza. Retrocedió lentamente y tropezó con algo, o mejor dicho algo la agarró por el tobillo. Calló sentada y su cámara salió despedida unos cuantos metros, se puso de pie rápidamente, cogió la cámara y cuando fue a ver lo que la había hecho tropezar, no vio nada.
Karen salió corriendo tan rápido como sus pies le permitían, las raíces y las rocas no le supusieron problema alguno, ya que sus deportivas la hacían más ágil o quizá era que el bosque se lo había hecho todo más fácil, para que escapara tan rápido como pudiera... quizá porque aún no le había llegado su hora.
Karen llegó jadeando a su casa. Ella nunca había estado tan inquieta en su vida, la imagen perfecta que tenía de aquel lugar se había ido por un tubo en cuanto vio aquellas cosas medio enterradas que parecían ser huesos. Entro a su casa, subió a su habitación, se deshizo de sus deportivas y prendió la computadora, conectó la cámara y empezó a ver una por una las imágenes que había tomado. Poco a poco se fue relajando, aquellas imágenes de un bosque tan mágico no podían asustarla, quizá aquellos huesos eran de algún animal salvaje del cual algunos campistas se habían alimentado, pero eso no explicaba el hecho de que algo la hubiera tomado por el tobillo y la hubiera hecho tropezar.
¿Que diablos había sido eso?
Karen trató de desechar aquellos temores absurdos, pero estos aún cosquilleaban en lo más profundo de su mente. Siguió mirando las imágenes. A ella siempre le había gustado tomar fotos, siempre lo había considerado como tratar de robar la imagen de un momento perfecto, pero una foto nunca llegaba a capturar completamente la belleza de un escenario tal como sus ojos lo hacían. Al llegar a la última foto, Karen no pudo despegar su vista de aquellos huesos enterrados, pero eso no era lo peor, había otra foto, una que no recordaba haber tomado. La imagen mostraba aquel extraño circulo negro con huesos y los hermosos árboles de fondo, pero algo extraño le llamó la atención, entre las hojas de los árboles había algo que no había estado allí antes, pulsó el botón de zoom del visor de imágenes y vio algo que le sacó todo el aire del pecho e hizo que todos los vellos de su cuerpo se erizaran. Unas hojas color sangre formaban una palabra o mejor dicho una advertencia a la cual debió haber hecho caso: "Vete".
Ella no pudo dormir bien esa noche, tampoco las que le siguieron. Antes había encontrado relajante el sonido de los grillos el ulular de los búhos, el aullar de los lobos y el susurrar del viento, ahora parecía que detrás de cada sonido había algo más aterrador, incluso en un par de ocasiones había creído escuchar el crepitar de una hoguera y murmullos en la oscuridad y una vez hubiera jurado que le susurraban 'vete' al oído, pero siempre que se deshacía de sus sabanas y se asomaba por la ventana, solo encontraba oscuridad.
Karen quería irse de aquel espantoso lugar, el mismo lugar que semanas antes había considerado el mismísimo paraíso ahora se había vuelto todo un infierno, pero temía confesarle sus temores a su madre, ya que ella había rentado aquel lugar para darle gusto y al parecer su madre no notaba nada fuera de lo común.
Todo cambio cuando una noche escuchó el grito de su madre, Karen se levantó a trompicones de la cama.
—¡Mamá que pasa! ¡Mamá!—chilló, mientras le daba golpes a la puerta de su habitación que no habría.
—Mamá!!!—Chilló más fuerte, le dio golpes a la puerta hasta que le palpitaron las manos—¡Mamiiiiiii!—aulló.
—Te lo advertimos—ladraron unas voces desconocidas.
Cuando entreabrió los ojos vio a su mamá.
—Karen, Karen querida despierta—su madre estaba sentada al lado de su cama—Tranquila nena—dijo cuando Karen se incorporó—solo fue una pesadilla.
Karen estaba aterrada, estaba bañada en sudor y su largo cabello se le pegaba al rostro, se lo apartó y su mano quedó totalmente impregnada de sudor.
—Esta bien mamá, ya estoy bien.
Su mamá le dio un vaso de agua helada y le deseo dulces sueños dándole un beso en la frente.
Karen no podía conciliar el sueño, así que se levantó para abrir la ventana, cuando lo hizo, una luz en el bosque le llamó la atención. Karen estaba sobreexcitada por la pesadilla y ya estaba harta de la paranoia que la estaba invadiendo, así que se decidió en ir a investigar, se cambio de ropa, se puso un pantalón deportivo y una camiseta ancha junto con sus deportivas, se ató el cabello en una coleta y tomó su celular.
Salió de la casa y se sumergió entre la oscura espesura del bosque. Convenientemente, su celular tenia linterna así que iluminó el suelo para evitar tropezar con cosas, pero no podía evitar pensar que así seria más fácil que la vieran, desechó aquel inquietante pensamiento y siguió la dirección de aquella tenue luz que no alcanzaba por más que caminara. Después de casi una hora de recorrido en la oscuridad silenciosa del bosque, la luz se fue haciendo más grande, Karen apagó la linterna de su celular y se acercó sigilosamente. Alrededor de la hoguera habían unas figuras encapuchadas, eran aproximadamente trece personas y todas emitían un leve murmullo rítmico e hipnótico, tan suave que se hacía difícil entender de lo que hablaban, solo pudo reconocer que todos hablaban al unísono. Una brisa suave y fría la hizo estremecer, haciéndola salir de su ensoñación. Karen tenía curiosidad de saber que hacían aquellas extrañas personas, pero no era tan estúpida como para acercarse y averiguarlo, se dio la vuelta y echó a correr, trató de prender de nuevo la linterna de su celular, pero esta no respondía, apretó los botones y nada, hasta que por fin apareció de la nada unas letras en la pantalla que rezaban "Los Dark Guardians no permiten intrusos en su bosque, si logras huir estas a salvo, pero lárgate. Si te atrapamos DATE-POR-MUERTA". Karen quedó petrificada, todo su cuerpo temblaba, ¿Así que de esa manera iba a morir? ¿De aquella manera tan cobarde y sin poder defenderse? ¿Había razón para tomar aquel mensaje enserio o era algún tipo de broma sádica? Ella no estaba dispuesta a quedarse y averiguarlo.
Tiró el celular tan lejos como pudo y empezó a correr.
La oscuridad del bosque parecía cernirse sobre ella, los árboles parecían juntarse para aprisionarla, y las rocas y las raíces parecían moverse para interponerse en su camino y hacerla tropezar. No podía ni ver sus propios pies. Era como si la oscuridad a la cual no le había temido cuando era niña hubiera esperado pacientemente aquel momento para no dejarla escapar.
Parecía que le había llegado su hora.
Después de ir tropezando a cada paso que daba, Karen sentía dolores y rasguños en la mayor parte de su cuerpo, de nada valía detenerse y tratar de ubicarse, la oscuridad se la había tragado y estaba totalmente perdida, siguió caminando a tientas por la oscuridad, hasta que tropezó con algo suave y caluroso.
—Te lo advertimos—musitaron unas voces al unisonó provenientes de todas direcciones.
Karen chilló como nunca había chillado en su vida, sintió como sus fuertes alaridos lastimaban su garganta, pero no le importó, siguió chillando, quizá así alguien tal vez la oiría. Sus fuertes gritos cesaron de repente cuando un golpe con un objeto punzante y sólido le hizo perder el conocimiento.
Cuando despertó aún era de noche, pero la luna iluminaba todo el lugar con su preciosa luz plateada, el palpitar doloroso de su cabeza la sacó de su ensoñación, sentía su rostro húmedo y su cabello estaba pegado a su rostro. Miró alrededor mientras las figuras encapuchadas se cernían sobre ella.
—Los Dark Guardians aborrecen los intrusos, —musitaron todos al tiempo—se les advirtió a las intrusas muchas veces. —Karen intentó incorporarse, pero unas cuerdas ataban sus muñecas y tobillos a cuatro estacas de hierro clavados en la tierra. —Una no escuchó, la otra sí, pero siguió rondando la pureza del Bosque del Guardián. El dios Guardián exige justicia, exige lo más valioso para la chica, exige su vida pero más que nada exige sus ojos.
Si aquel Guardián había exigido los ojos de Karen, enserio se había tomado la molestia en indagar. Los ojos de la chica eran su orgullo, no solo porque fueran de un precioso verde jade, sino porque solo con ellos podía capturar y apreciar la belleza de las cosas hermosas y oscuras que se encontraban en el mundo, algo que muchas personas no se detenían a valorar.
— ¡Suéltenme!—chilló Karen. —Me iré, lo juro, pero por favor—sollozó—por favor déjenme ir. ¡No volveré nunca más!
—Promesas vacías de un alma condenada a la muerte. — Rezaron las voces.
Una de las figuras encapuchadas sacó un cuchillo de la nada. Karen vio la hoja resplandecer contra la luz de la luna.
¿Así que esa era la noche donde sus diecisiete años de vida estaban destinados a terminar? Su corazón se contrajo dolorosamente en su pecho, como tratando de reclamar el amor de aquel hombre desconocido del cual aún no se había enamorado, con el cual iba a pasar los años más felices de su vida, con el cual iba a tener unos preciosos hijos y con el cual caminaría por el parque tomada fuertemente de la mano cuando tuviera sesenta y cinco años. Sus lágrimas salieron descontroladamente y empezó a forcejear contra las cuerdas pero único que logró fue desgarrarse la piel de las muñecas.
Todo estaba perdido.
Ella estaba condenada.
La figura encapuchada se acercó y Karen se retorció tan convulsivamente que escuchó como el hueso de su muñeca izquierda se quebraba, se sintió desfallecer por el dolor, pero aún así no perdió el conocimiento. La figura encapuchada ignorando los forcejeos de Karen se inclinó y con la punta del afilado cuchillo escribió unas palabras en su antebrazo derecho, Karen gimió y movió involuntariamente el brazo, lo que ocasionó que el cuchillo se hundiera más en su piel.
—Termina ya. —Ordenaron las otras voces.
La persona encapuchada situó el cuchillo en la garganta de Karen, su corazón latió tan fuerte que pudo ver el movimiento de este contra su pecho, estaba tan triste, tan aterrada, tan decepcionada, no por morir, sino por dejar sola a su madre y por todas las cosas que no había podido vivir.
Con un movimiento rápido y profundo del cuchillo, el encapuchado rasgó completamente el cuello de Karen. Ella pudo sentir como la vida se le escurría y se escapaba por su cuello, de cómo esta le empapaba la camiseta en un rápido fluir caliente, Karen intentó chillar, pero sus pulmones le ardían por la falta de oxigeno, su cuerpo empezó a convulsionar y en un vano intento de respirar por la boca, lo único que obtuvo fue que se le llenara de sangre.
La persona que le había cortado el cuello se echó la capucha hacia atrás y empezó a reír locamente.
—El Guardián me favorecerá por eliminar al intruso, y que más muestra de lealtad que matarla a ella— aún mientras los ojos de Karen se nublaban por su cercanía a la muerte, pudo ver como los ojos color jade de aquella persona se iluminaban con la luz de la luna.
Era su padre.
Su asesino.
— ¡Mamiiiiii!
Ellie se despertó jadeante, había tenido una pesadilla, pero no lograba recordarla. La habitación de la pequeña casita en medio del bosque se hallaba totalmente iluminada, se le había hecho tarde para el trabajo. Se puso en pié se dio una rápida ducha, tomó un rápido desayuno y cuando iba a despedirse de su hija vio lo tarde que se le había hecho así que volvió a la salita de estar, cogió su bolso y se precipito por la puerta principal. Cuando cerró la puerta y dio un par de pasos, vio una pequeña cajita blanca que se encontraba en el primer escaloncito del porche, se inclinó para recogerla. Tomó entre sus manos la cajita ligeramente pesada. Ellie empezó a temblar sin motivo alguno, aún así le quitó la tapa. Cuando vio el contenido, soltó la caja como si esta estuviera cubierta de acido corrosivo. Un nudo de terror puro se le formó en la garganta, pero se las arregló para mover su cuerpo e ir chillando el nombre de su hija una y otra vez mientras se adentraba cada vez más en el bosque.
Una fuerte brisa arremetió contra los árboles lo que ocasionó que sus ramas chocaran fuertemente contra la estructura de la casita. Un par de globos oculares color jade, rodaron por las escaleras del porche y se perdieron entre la espesura del bosque.
Su nuevo hogar era una casita como salida de un cuento de hadas, enormes árboles la rodeaban por todas direcciones y las ramas de estos se cernían sobre la estructura como tratando de abrazarla, la casa era de dos plantas, hecha de madera y cuando había una fuerte brisa, se podía oír el rozar de las ramas contra las paredes y lo mejor de todo era que la luz del sol se filtraba entre las ramas de los arboles, lo que hacía que el interior fuera fresco, sin necesidad de usar calefacción o aire acondicionado.
A Karen le fascinaba tirarse sobre la hierba y oír los sonidos de la naturaleza, el traquetear de la madera, el susurrar del viento, el cantar de los pajarillos y el caer de las hojas, aquellos sonidos eran tan relajantes, que podía permanecer así por horas; nada que ver con su hogar en la ciudad, donde todo estaba pavimentado y no habían arboles para admirar.
Ellie, su madre, no pasaba mucho tiempo en casa, ya que tenía que levantarse muy temprano para poder conducir las dos horas que se tardaba en llegar a su trabajo, entonces para compensar la ausencia en la vida de su hija, le compró una cámara digital. Karen antes había tenido una cámara profesional, pero esta se la había llevado su padre cuando decidió abandonarlas. Esta no era como aquella cámara, pero esto no la desanimó en lo más mínimo. Así que empezó a tomarle fotos a la casita desde todos los ángulos posibles, cuando terminó, se adentró un poco más en el bosque, quedó impresionada al ver los enormes árboles que se habían desplegado y crecido en toda su gloria, ya que ningún humano se había osado en cortar sus gruesas ramas cubiertas de tantas hojas, que solo permitían pasar un poco de luz solar; además las raíces de los árboles eran tan grandes y gruesas que emergían como dedos enormes de la tierra. Karen le tomaba foto a cada árbol, a cada piedra, a cada raíz de árbol e incluso a un hermoso arrollo que cruzaba entre los árboles, aquella foto, era tan preciosa que siempre la recordaría como la imagen perfecta del paraíso.
Karen caminó mucho más profundo en el bosque, en línea recta para luego poder volver a casa. La cámara digital estaba a punto de quedarse sin baterías, así que Karen se disponía a deshacer su camino para volver a la casita, hasta que divisó a unos cincuenta metros de distancia un hermoso claro, donde la luz solar brillaba plenamente sin la intromisión de ningún árbol. Decidió echarle un vistazo. Así que caminó entre las rocas y ramas caídas. Cuando llegó levantó la vista, la luz del sol iluminaba las ramas de los árboles que se mantenían al margen del claro, formando un perfecto círculo donde no crecía nada, la tierra era llana, sin rocas, sin maleza, sin pasto, sin flores, sin nada, solo tierra húmeda. Un escalofrío le recorrió la espalda a Karen cuando divisó algo negro en todo el centro del claro. Se acercó lentamente y vio unas pequeñas rocas que formaban un enorme círculo, dentro del cual había unas largas figuras largas y blancas color... hueso. Karen prendió de nuevo la cámara y le tomó una foto a aquel círculo. Esos no podían ser huesos, se repitió una y otra vez en su cabeza. Retrocedió lentamente y tropezó con algo, o mejor dicho algo la agarró por el tobillo. Calló sentada y su cámara salió despedida unos cuantos metros, se puso de pie rápidamente, cogió la cámara y cuando fue a ver lo que la había hecho tropezar, no vio nada.
Karen salió corriendo tan rápido como sus pies le permitían, las raíces y las rocas no le supusieron problema alguno, ya que sus deportivas la hacían más ágil o quizá era que el bosque se lo había hecho todo más fácil, para que escapara tan rápido como pudiera... quizá porque aún no le había llegado su hora.
Karen llegó jadeando a su casa. Ella nunca había estado tan inquieta en su vida, la imagen perfecta que tenía de aquel lugar se había ido por un tubo en cuanto vio aquellas cosas medio enterradas que parecían ser huesos. Entro a su casa, subió a su habitación, se deshizo de sus deportivas y prendió la computadora, conectó la cámara y empezó a ver una por una las imágenes que había tomado. Poco a poco se fue relajando, aquellas imágenes de un bosque tan mágico no podían asustarla, quizá aquellos huesos eran de algún animal salvaje del cual algunos campistas se habían alimentado, pero eso no explicaba el hecho de que algo la hubiera tomado por el tobillo y la hubiera hecho tropezar.
¿Que diablos había sido eso?
Karen trató de desechar aquellos temores absurdos, pero estos aún cosquilleaban en lo más profundo de su mente. Siguió mirando las imágenes. A ella siempre le había gustado tomar fotos, siempre lo había considerado como tratar de robar la imagen de un momento perfecto, pero una foto nunca llegaba a capturar completamente la belleza de un escenario tal como sus ojos lo hacían. Al llegar a la última foto, Karen no pudo despegar su vista de aquellos huesos enterrados, pero eso no era lo peor, había otra foto, una que no recordaba haber tomado. La imagen mostraba aquel extraño circulo negro con huesos y los hermosos árboles de fondo, pero algo extraño le llamó la atención, entre las hojas de los árboles había algo que no había estado allí antes, pulsó el botón de zoom del visor de imágenes y vio algo que le sacó todo el aire del pecho e hizo que todos los vellos de su cuerpo se erizaran. Unas hojas color sangre formaban una palabra o mejor dicho una advertencia a la cual debió haber hecho caso: "Vete".
Ella no pudo dormir bien esa noche, tampoco las que le siguieron. Antes había encontrado relajante el sonido de los grillos el ulular de los búhos, el aullar de los lobos y el susurrar del viento, ahora parecía que detrás de cada sonido había algo más aterrador, incluso en un par de ocasiones había creído escuchar el crepitar de una hoguera y murmullos en la oscuridad y una vez hubiera jurado que le susurraban 'vete' al oído, pero siempre que se deshacía de sus sabanas y se asomaba por la ventana, solo encontraba oscuridad.
Karen quería irse de aquel espantoso lugar, el mismo lugar que semanas antes había considerado el mismísimo paraíso ahora se había vuelto todo un infierno, pero temía confesarle sus temores a su madre, ya que ella había rentado aquel lugar para darle gusto y al parecer su madre no notaba nada fuera de lo común.
Todo cambio cuando una noche escuchó el grito de su madre, Karen se levantó a trompicones de la cama.
—¡Mamá que pasa! ¡Mamá!—chilló, mientras le daba golpes a la puerta de su habitación que no habría.
—Mamá!!!—Chilló más fuerte, le dio golpes a la puerta hasta que le palpitaron las manos—¡Mamiiiiiii!—aulló.
—Te lo advertimos—ladraron unas voces desconocidas.
Cuando entreabrió los ojos vio a su mamá.
—Karen, Karen querida despierta—su madre estaba sentada al lado de su cama—Tranquila nena—dijo cuando Karen se incorporó—solo fue una pesadilla.
Karen estaba aterrada, estaba bañada en sudor y su largo cabello se le pegaba al rostro, se lo apartó y su mano quedó totalmente impregnada de sudor.
—Esta bien mamá, ya estoy bien.
Su mamá le dio un vaso de agua helada y le deseo dulces sueños dándole un beso en la frente.
Karen no podía conciliar el sueño, así que se levantó para abrir la ventana, cuando lo hizo, una luz en el bosque le llamó la atención. Karen estaba sobreexcitada por la pesadilla y ya estaba harta de la paranoia que la estaba invadiendo, así que se decidió en ir a investigar, se cambio de ropa, se puso un pantalón deportivo y una camiseta ancha junto con sus deportivas, se ató el cabello en una coleta y tomó su celular.
Salió de la casa y se sumergió entre la oscura espesura del bosque. Convenientemente, su celular tenia linterna así que iluminó el suelo para evitar tropezar con cosas, pero no podía evitar pensar que así seria más fácil que la vieran, desechó aquel inquietante pensamiento y siguió la dirección de aquella tenue luz que no alcanzaba por más que caminara. Después de casi una hora de recorrido en la oscuridad silenciosa del bosque, la luz se fue haciendo más grande, Karen apagó la linterna de su celular y se acercó sigilosamente. Alrededor de la hoguera habían unas figuras encapuchadas, eran aproximadamente trece personas y todas emitían un leve murmullo rítmico e hipnótico, tan suave que se hacía difícil entender de lo que hablaban, solo pudo reconocer que todos hablaban al unísono. Una brisa suave y fría la hizo estremecer, haciéndola salir de su ensoñación. Karen tenía curiosidad de saber que hacían aquellas extrañas personas, pero no era tan estúpida como para acercarse y averiguarlo, se dio la vuelta y echó a correr, trató de prender de nuevo la linterna de su celular, pero esta no respondía, apretó los botones y nada, hasta que por fin apareció de la nada unas letras en la pantalla que rezaban "Los Dark Guardians no permiten intrusos en su bosque, si logras huir estas a salvo, pero lárgate. Si te atrapamos DATE-POR-MUERTA". Karen quedó petrificada, todo su cuerpo temblaba, ¿Así que de esa manera iba a morir? ¿De aquella manera tan cobarde y sin poder defenderse? ¿Había razón para tomar aquel mensaje enserio o era algún tipo de broma sádica? Ella no estaba dispuesta a quedarse y averiguarlo.
Tiró el celular tan lejos como pudo y empezó a correr.
La oscuridad del bosque parecía cernirse sobre ella, los árboles parecían juntarse para aprisionarla, y las rocas y las raíces parecían moverse para interponerse en su camino y hacerla tropezar. No podía ni ver sus propios pies. Era como si la oscuridad a la cual no le había temido cuando era niña hubiera esperado pacientemente aquel momento para no dejarla escapar.
Parecía que le había llegado su hora.
Después de ir tropezando a cada paso que daba, Karen sentía dolores y rasguños en la mayor parte de su cuerpo, de nada valía detenerse y tratar de ubicarse, la oscuridad se la había tragado y estaba totalmente perdida, siguió caminando a tientas por la oscuridad, hasta que tropezó con algo suave y caluroso.
—Te lo advertimos—musitaron unas voces al unisonó provenientes de todas direcciones.
Karen chilló como nunca había chillado en su vida, sintió como sus fuertes alaridos lastimaban su garganta, pero no le importó, siguió chillando, quizá así alguien tal vez la oiría. Sus fuertes gritos cesaron de repente cuando un golpe con un objeto punzante y sólido le hizo perder el conocimiento.
Cuando despertó aún era de noche, pero la luna iluminaba todo el lugar con su preciosa luz plateada, el palpitar doloroso de su cabeza la sacó de su ensoñación, sentía su rostro húmedo y su cabello estaba pegado a su rostro. Miró alrededor mientras las figuras encapuchadas se cernían sobre ella.
—Los Dark Guardians aborrecen los intrusos, —musitaron todos al tiempo—se les advirtió a las intrusas muchas veces. —Karen intentó incorporarse, pero unas cuerdas ataban sus muñecas y tobillos a cuatro estacas de hierro clavados en la tierra. —Una no escuchó, la otra sí, pero siguió rondando la pureza del Bosque del Guardián. El dios Guardián exige justicia, exige lo más valioso para la chica, exige su vida pero más que nada exige sus ojos.
Si aquel Guardián había exigido los ojos de Karen, enserio se había tomado la molestia en indagar. Los ojos de la chica eran su orgullo, no solo porque fueran de un precioso verde jade, sino porque solo con ellos podía capturar y apreciar la belleza de las cosas hermosas y oscuras que se encontraban en el mundo, algo que muchas personas no se detenían a valorar.
— ¡Suéltenme!—chilló Karen. —Me iré, lo juro, pero por favor—sollozó—por favor déjenme ir. ¡No volveré nunca más!
—Promesas vacías de un alma condenada a la muerte. — Rezaron las voces.
Una de las figuras encapuchadas sacó un cuchillo de la nada. Karen vio la hoja resplandecer contra la luz de la luna.
¿Así que esa era la noche donde sus diecisiete años de vida estaban destinados a terminar? Su corazón se contrajo dolorosamente en su pecho, como tratando de reclamar el amor de aquel hombre desconocido del cual aún no se había enamorado, con el cual iba a pasar los años más felices de su vida, con el cual iba a tener unos preciosos hijos y con el cual caminaría por el parque tomada fuertemente de la mano cuando tuviera sesenta y cinco años. Sus lágrimas salieron descontroladamente y empezó a forcejear contra las cuerdas pero único que logró fue desgarrarse la piel de las muñecas.
Todo estaba perdido.
Ella estaba condenada.
La figura encapuchada se acercó y Karen se retorció tan convulsivamente que escuchó como el hueso de su muñeca izquierda se quebraba, se sintió desfallecer por el dolor, pero aún así no perdió el conocimiento. La figura encapuchada ignorando los forcejeos de Karen se inclinó y con la punta del afilado cuchillo escribió unas palabras en su antebrazo derecho, Karen gimió y movió involuntariamente el brazo, lo que ocasionó que el cuchillo se hundiera más en su piel.
—Termina ya. —Ordenaron las otras voces.
La persona encapuchada situó el cuchillo en la garganta de Karen, su corazón latió tan fuerte que pudo ver el movimiento de este contra su pecho, estaba tan triste, tan aterrada, tan decepcionada, no por morir, sino por dejar sola a su madre y por todas las cosas que no había podido vivir.
Con un movimiento rápido y profundo del cuchillo, el encapuchado rasgó completamente el cuello de Karen. Ella pudo sentir como la vida se le escurría y se escapaba por su cuello, de cómo esta le empapaba la camiseta en un rápido fluir caliente, Karen intentó chillar, pero sus pulmones le ardían por la falta de oxigeno, su cuerpo empezó a convulsionar y en un vano intento de respirar por la boca, lo único que obtuvo fue que se le llenara de sangre.
La persona que le había cortado el cuello se echó la capucha hacia atrás y empezó a reír locamente.
—El Guardián me favorecerá por eliminar al intruso, y que más muestra de lealtad que matarla a ella— aún mientras los ojos de Karen se nublaban por su cercanía a la muerte, pudo ver como los ojos color jade de aquella persona se iluminaban con la luz de la luna.
Era su padre.
Su asesino.
— ¡Mamiiiiii!
Ellie se despertó jadeante, había tenido una pesadilla, pero no lograba recordarla. La habitación de la pequeña casita en medio del bosque se hallaba totalmente iluminada, se le había hecho tarde para el trabajo. Se puso en pié se dio una rápida ducha, tomó un rápido desayuno y cuando iba a despedirse de su hija vio lo tarde que se le había hecho así que volvió a la salita de estar, cogió su bolso y se precipito por la puerta principal. Cuando cerró la puerta y dio un par de pasos, vio una pequeña cajita blanca que se encontraba en el primer escaloncito del porche, se inclinó para recogerla. Tomó entre sus manos la cajita ligeramente pesada. Ellie empezó a temblar sin motivo alguno, aún así le quitó la tapa. Cuando vio el contenido, soltó la caja como si esta estuviera cubierta de acido corrosivo. Un nudo de terror puro se le formó en la garganta, pero se las arregló para mover su cuerpo e ir chillando el nombre de su hija una y otra vez mientras se adentraba cada vez más en el bosque.
Una fuerte brisa arremetió contra los árboles lo que ocasionó que sus ramas chocaran fuertemente contra la estructura de la casita. Un par de globos oculares color jade, rodaron por las escaleras del porche y se perdieron entre la espesura del bosque.
Cuando la lei me encanto! en serio, es una buena historia, ¿en que te basaste para hacerla? en alguna pelicula no sé.. haha ¡Saludos! muack*-*
ResponderEliminarMuchas gracias Génesis XD Pues la verdad yo tenia la historia clara porque había soñado algo parecido, pero no tenía idea en que ambiente desarrollarla, entonces le pregunto a mi hermano y el dice que lo haga en un bosque y eso porque nosotros vivimos en medio de la nada (?), entonces me fue muy facil lo demás XDDD
EliminarEstá genial :D
ResponderEliminarMuchas gracias =)
Eliminarme ha encantado! y el final :O jajja pobre muchacha eres mala mantando a tus personajes ¬¬ pero tambien hay que ser tonta para meterse en el bosque en plena noche con unos sadicos por ahi escondidos jaja no me extraña que ganaras ;D
ResponderEliminaresta genial *-* y destacando el date por muerta xD me encanto, muy escalofriante y el final es excelente, y si o si tenias que haberte ganado ese libro, con este relato de miedo que me produjo unos recuerdos de unas pelis de terror xD saludos!!!
ResponderEliminarHola!!
ResponderEliminarEs un relato perfecto para leer un noche de Halloween jajaja
me gusto mucho, es muy original. A mi también me gusta "crear" historias de ese tipo pero nunca me e atrevido a plasmarla en papel...
Estuvo genial :)
Saludos!