1
Fue uno de los buenos uno de los mejores de Kirova, lo que ya decía algo. Era una maestra en eso. Juró que tenía que ser la única razón para que ella fuese la directora de la universidad porque aún no había visto otras pruebas de que a ella realmente le gustasen los niños. El discurso abarcó los temas habituales: la responsabilidad de comportamiento temerario, egocentrismo... bla, bla, bla.
2
Ah, Jesse. Me había olvidado de él. Me gustaba coquetear con Mason y algunos otros principiantes, pero Jesse estaba en una categoría completamente diferente. Coqueteabas con otros chicos simplemente por el placer de coquetear. Coqueteabas con Jesse con la esperanza de acabar semidesnuda con él. Era de la realeza Moroi, y estaba tan bueno, debería llevar una placa que pusiese precaución: inflamable.
3
Me había percatado de que me miraba con esa expresión calculadora desde la noche en que nos pilló en el cuartucho. No me estudiaba durante los entrenamientos propiamente dichos, donde guardaba un comportamiento muy profesional, pero antes y después de los mismos se relajaba un poquito y me miraba de un modo casi admirativo, y algunas veces, si estaba de suerte, de mucha suerte, hasta me sonreía, pero una sonrisa de verdad, no una de esas secas muecas cargadas de sarcasmo que me dedicaba tan a menudo. Me moriría antes que reconocérselo a nadie, ni a Lissa, ni siquiera a mí misma, pero había días en que vivía únicamente para esas sonrisas.
Le iluminaban el semblante. El término «espléndido» se quedaba muy corto para describirle.
4
— Naciste para llevar este vestido. No me importa lo práctica que te hayas vuelto.
El rutilante vestido de seda negra sin tirantes me llegaba hasta las rodillas. Tenía un corte airoso a la altura del dobladillo, pero el resto se las apañaba para ceñirse al cuerpo y resaltarlo todo de mala manera. Era increíblemente sexy. Tal vez incluso un tanto desafiante para el código académico del atuendo.
— Éste es el vestido que me va — admití.
Me quedé mirándolo fijamente. Lo deseaba con tanta fuerza que empezó a dolerme el pecho. Era la clase de vestido que desafía al mundo y con el que se inician las religiones.
5
— Estás besada por las sombras. Has atravesado el río de la muerte, has pisado la otra orilla y has regresado. ¿Acaso piensas que eso no deja una huella en el alma? Tienes una percepción de la vida y del mundo mayor que la mía, incluso aunque no te des cuenta. Deberías haber muerto y Vasilisa derrotó a la muerte para traerte de vuelta y te ligó a ella para siempre. De hecho, estás ligada por esa atadura y una parte de ti lo va a estar siempre, para que siempre luches por aferrarte a la vida y a cuanto ella ofrece. Por ese motivo eres tan temeraria en todo cuanto haces y no controlas tus sentimientos ni tu pasión ni tu ira. Eso te hace notable y también peligrosa.
Me quedé sin habla, no sabía qué contestar, lo cual pareció resultar de su agrado.
— Eso fue también lo que permitió la creación de vuestro vínculo. Las emociones de Vasilisa tienden a escaparse de su interior y proyectarse sobre los demás. La mayoría de la gente no puede captarlas a menos que la princesa se concentre en ella para ejercer la Coacción. Sin embargo, tú tienes una mente extraordinariamente sensible para las fuerzas extra—sensoriales, en especial la suya — suspiró, casi con jovialidad.
Entretanto, recordé mis lecturas. Vladimir había salvado a Anna de la muerte. Eso debió crear el vínculo entre ellos.
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